SEGUNDO DOMINGO DE ADVIENTO
El tiempo litúrgico del Adviento nos invita a meditar en la Venida de Nuestro Señor Jesucristo.
Como hemos visto el Primer Domingo de Adviento, esta Venida tiene tres realizaciones:
En primer lugar, el Adviento histórico, en cuya espera vivieron los hombres que ansiaban la Venida del Salvador prometido, desde Adán hasta la Encarnación del Verbo y su manifestación.
Esta espera abarca todo el Antiguo Testamento; y meditar en ella nos deja una enseñanza importante para prepararnos a la llegada del Señor.
Debemos identificarnos con aquellos hombres que deseaban con vehemencia la llegada del Mesías y la liberación que esperaban de Él.
Luego tenemos el Adviento escatológico o Parusía, que nos prepara para la llegada definitiva de Jesucristo al final de los tiempos en gloria y majestad, cuando vendrá para coronar su obra redentora.
No hemos de esperar esta Venida con temor y angustia, sino con la esperanza de que ella sea para la felicidad eterna de los hombres que hayan aceptado a Jesús como su Salvador y Rey.
Entre ambas Venidas se intercala el Adviento espiritual, la preparación moral a la Venida diaria de Nuestro Señor. Es un Adviento actual que dispone las almas para aceptar la salvación que viene de Jesucristo.
De este modo, la celebración del Adviento nos manifiesta que todo tiempo y cada época giran alrededor de Cristo, el mismo ayer, hoy y siempre; Él es el Principio y el Fin, Alfa y Omega; a Él pertenecen el tiempo y la historia.
Como hemos visto, el Primer Domingo de Adviento nos exhorta a la vigilancia, en espera de la Segunda Venida del Señor. Las lecturas bíblicas y la liturgia son una constante invitación: ¡Velad! ¡Estad preparados! Porque no sabéis cuándo llegará el momento...
Los restantes Domingos de Adviento tienen por nota predominante la predicación de San Juan Bautista y su exhortación: Preparad el camino a la Venida del Señor.
Ocupa, pues, nuestra atención y meditación la figura de este gran Santo, cuya misión se desarrolló en el período que enlaza y, al mismo tiempo, separa las dos grandes épocas de la historia da la humanidad.
En efecto, San Juan Bautista fue elegido por Dios para anunciar la venida del Mesías y para proclamar al pueblo, que estaba sumergido en las tinieblas, la llegada de la Luz del mundo: Y tú, pequeñuelo, serás llamado Profeta del Altísimo, porque irás delante del Señor para preparar sus caminos, para dar a su pueblo el conocimiento de la salvación, para iluminar a los que yacen en las tinieblas y en las sombras de la muerte. Así profetizó su padre, San Zacarías, el día de su circuncisión.
Para sacar algún fruto espiritual, podemos considerar tres cosas:
1ª) la época en la cual apareció San Juan Bautista y la sociedad a la cual predicó.
2ª) lo que anunció: el Verbo de Dios Encarnado.
3ª) la persona misma del Heraldo o Precursor.
1ª) En cuanto al momento en que se manifiesta San Juan, la sociedad a la cual predica se caracterizaba por la tibieza y las tinieblas.
Una obscuridad muy densa se cernía respecto de los valores religiosos, filosóficos, morales, artísticos. Sombras de muerte, dice el pasaje evangélico que enmarca su prédica.
2ª) Su misión consistió en anunciar, preceder al Verbo, del cual el otro San Juan, el Evangelista, dice que Él era la Vida, y la Vida era la Luz de los hombres. Era la Luz verdadera que ilumina a todo hombre que viene a este mundo.
Y el mismo Jesucristo dirá de sí mismo: Yo soy la Luz del mundo. El que me siga no andará en tinieblas, sino que tendrá la luz de la vida... Mientras estoy en el mundo, soy la Luz de este mundo... Yo, la Luz, he venido al mundo para que todo el que cree en Mí no quede en tinieblas.
Y más enérgica y significativamente agregará: Fuego he venido a echar sobre la tierra, ¡y cuánto deseo que ya esté encendido!
Fuego, es decir: calor y luz... Ardor que calienta la tibieza..., y Claridad que disipa las tinieblas.
El Verbo anunciado por San Juan Bautista es Vida, es Luz y es Calor, para un mundo, para una sociedad que agonizaba en la tibieza y las tinieblas... sombras de muerte...
3ª) Apareció un hombre, enviado por Dios, que se llamaba Juan. Él vino como testigo, para dar testimonio acerca de la Luz, a fin de que todos creyesen por él. Él no era la Luz, sino que vino para dar testimonio de la Luz.
Con estas palabras caracteriza San Juan Evangelista al Precursor: testigo de la Luz... ¡Todo un programa!
Nuestro Señor dirá de su heraldo: Vosotros enviasteis legados a Juan y él dio testimonio de la verdad. Él era antorcha que ardía y lucía. Vosotros quisisteis regocijaros un momento a su luz...
Testimonio magnífico da Nuestro Señor de San Juan: Él era antorcha ardiente y luciente.
San Bernardo enseña que el lucir o brillar solamente, es vano... El arder solamente, es poco... ¡Arder y lucir es lo perfecto!
El ardor interno del Santo luce fuera. Y, si no le es permitido ambas cosas, escogerá más bien el arder; a fin de que su Padre que ve en lo secreto, le recompense.
Él era antorcha ardiente y luciente. No dice luciente y ardiente, porque el esplendor de San Juan procedía del fervor, no el ardor del esplendor.
¿Queréis saber cómo ardía y lucía San Juan?
Ardía:
* en sí mismo, con la austeridad.
* para con Dios, con íntimo fervor de piedad.
* para con el prójimo, con una constante lucha contra el pecados.
Lucía:
* con el ejemplo, para la imitación.
* con el índice, señalando al Verbo, Sol de justicia y Luz del mundo.
* con la palabra, alumbrando con ellas la obscuridad de los entendimientos.
Y podemos preguntarnos ¿cómo reaccionó aquella sociedad ante la prédica de San Juan? ¿Qué actitud tuvo esa gente respecto de Nuestro Señor Jesucristo? Pues bien, el santo Evangelio se expresa tristemente de este modo:
La luz luce en las tinieblas, y las tinieblas no la recibieron...
Él estaba en el mundo, y el mundo había sido hecho por Él, y el mundo no lo conoció...
Él vino a los suyos, y los suyos no lo recibieron...
Esta es la trágica incredulidad de Israel, que no lo conoció ni lo recibió cuando vino para ser la Luz de esa sociedad.
La Luz ha venido al mundo y los hombres han amado más las tinieblas que la Luz, porque sus obras eran malas. Porque todo el que obra mal odia la Luz, y no viene a la Luz, para que sus obras no sean reprobadas.
Ahora bien, nuestra sociedad actual adolece de los mismos males que sufría la sociedad a la cual predicó San Juan y que no quiso recibir a Nuestro Señor.
Nuestra sociedad posmoderna padece la tibieza y está sumergida en las tinieblas de la muerte…
Tibieza por la falta de caridad, por la conformidad con el pecado, por la obstinación en la maldad, porque está contenta de sí misma, porque nada en los placeres y el confort...
Tinieblas por los errores, por las mentiras y sofismas, por la inversión de los valores, por la obscuridad de la ciencia orgullosa, por la ceguera de las pasiones...
Sombras de muerte, por los homicidios, las guerras, los abortos, la eutanasia, los suicidios...
Iguales males con el agregado de veinte siglos de cristianismo. ¡El neopaganismo es más grave y más culpable que el antiguo!, pues implica la apostasía.
Pero es importante y necesario saber que esto no siempre fue así.
Al llegar los Apóstoles, y luego los misioneros, a una determinada región, encontraron una sociedad desprovista de Cristo y con las enfermedades morales ya indicadas. Faltaba la Vida, la Luz y el Calor...
Con la llegada de los misioneros, antorchas ardientes y lucientes, se iluminaron la sociedad y las instituciones; recibieron calor y cobraron vida...
Pues bien, por haber rechazado a Nuestro Señor Jesucristo, la sociedad moderna se suicida.
Una densa obscuridad moral vuelve a cubrir las tierras benditas por el paso de Jesús y de María.
En medio de esta crisis, que afecta principalmente a la religión y, correlativamente, a la sociedad temporal, Dios envió nuevamente algunos hombres, heraldos, antorchas ardientes y lucientes...
Y esos hombres, obispos, sacerdotes, religiosos, filósofos, intelectuales…, iluminaron, dieron calor a la sociedad; su acción llegó a casi todos los países del mundo, y la vida cristiana perseveró su alrededor..., conforme a la consigna apocalíptica: Mantén lo que tienes… Guarda lo que has recibido…
¡Sí!, al igual que San Juan Bautista, de la misma manera que los Apóstoles y los misioneros, ellos anunciaron al Verbo de Dios hecho carne y se presentaron como antorchas para que el Cristianismo perseverase...
Es necesario que esas antorchas, ardientes y lucientes, no se extingan, sino que continúen guiando hacia Jesús, el Salvador y Redentor del mundo.
Son necesarias antorchas para que brille la luz del Evangelio y se disipen las tinieblas del error, de la mentira y de la muerte...
¡Señor!, concédenos, por la intercesión de María Santísima, Estrella de la mañana, arder con el fuego de tu Caridad y lucir con la luz de tu Verdad...
¡Señor!, en esta hora trágica de la Iglesia y de la sociedad, no permitas que seamos tibios y temerosos; concédenos el fervor de San Juan Bautista; haznos arder con el fuego de tu Espíritu Santo a fin de que iluminemos a las almas… ¡y conservemos lo que hemos recibido!...