NUESTRA SEÑORA DE GUADALUPE
Hoy, 12 de diciembre, en este Tercer Domingo de Adviento, celebramos con solemnidad la fiesta de Nuestra Señora de Guadalupe, Reina de México y Emperatriz de América.
Por eso, cuando la Sagrada Liturgia, junto con el Apóstol San Pablo, nos exhorta a alegrarnos, nos regocijamos al poder festejar a Nuestra Señora con tan augusto título; y elevamos a Dios nuestra plegaria con la tan apropiada Oración Colecta de la Misa de este Domingo: Dígnate, Señor, escuchar nuestras súplicas, y disipa las tinieblas de nuestro espíritu con la gracia de tu visita.
Debemos resaltar que no sin providencial designio divino fue dispuesto que las diversas apariciones de la Madre de Dios a Juan Diego se llevaran a cabo en el mes de diciembre, en pleno Adviento, ese tiempo litúrgico que, como ya hemos visto, nos prepara no sólo para conmemorar la Primera Venida de Nuestro Salvador, sino también la Segunda, en gloria y majestad al fin de los tiempos.
Las apariciones de Nuestra Señora y Reina en la cima del Tepeyac resumen su misión, tanto en el Primer como en el Segundo Adviento.
Recordemos que, según la tesis de San Luís María Grignion de Montfort, la manifestación de la Santísima Virgen estaba reservada para los últimos tiempos, como él lo afirma claramente en el Tratado de la Verdadera Devoción.
Es más, San Luís María pone estos últimos tiempos en relación con la Parusía o Segunda Venida de Nuestro Señor.
Y no solamente esto, sino que estos últimos tiempos parusíacos están relacionados por el Santo con la plena manifestación de la Santísima Virgen y con el Anticristo.
La Verdadera Devoción marial tiene, pues, una connotación apocalíptica esencial; separarlas equivale a adulterar el mensaje de San Luís y a desnaturalizar la esclavitud mariana.
Para conocer la doctrina del Santo, pueden leerse los parágrafos 49 a 51 del Tratado de la Verdadera Devoción.
Ahora bien, todo esto que llevamos dicho está magnífica y admirablemente expresado en la imagen de Nuestra Señora de Guadalupe, estampa que no ha sido realizada por manos humanas…
Para comprender mejor lo que deseo expresar, recordemos ante todo que en el punto culminante de la revelación sobre los últimos tiempos, Dios manifiesta la misión encomendada a la Santísima Virgen María. Vale la pena leer en el Apocalipsis todo el texto que va del capítulo 11:15 al capítulo 12: 10. Sólo destaco ahora algunas frases:
“Ha llegado el reinado sobre el mundo de nuestro Señor y de su Cristo; y reinará por los siglos de los siglos”.
“Y se abrió el Santuario de Dios en el cielo, y apareció el Arca de su Alianza en el Santuario”
“Y una gran señal apareció en el cielo: una Mujer, vestida del sol, con la luna bajo sus pies, y una corona de doce estrellas sobre su cabeza”.
“Ahora ya ha llegado la salvación, el poder y el reinado de nuestro Dios y la potestad de su Cristo…”
La Santísima Virgen, María Santísima, es “el Gran Signo de Dios sobre la tierra”.
Vivimos tiempos apocalípticos.
Por todas partes el error y la mentira llevan a cabo una batalla sacrílega contra la Verdad; y cada vez son menos los defensores de la Fe, reducidos de más en más a la inhóspita trinchera.
Pero, contra la apostasía generalizada, la piedad y la devoción marianas constituyen nuestro baluarte y nuestras armas, y las palabras de la Sagrada Escritura cobran una tangible realidad: “Un Gran Signo apareció en el cielo”.
Sí, vivimos en plena época de actividad mariana. Algunos intérpretes ven en el Arca de la Alianza a la Santísima Virgen María (Fœderis Arca) visible en la tierra en los últimos tiempos.
Y tenemos en la bendita imagen de Nuestra Señora de Guadalupe un resumen magnífico y admirable de lo que ciento cincuenta años más tarde enseñaría San Luís María, y hoy nos toca vivir a nosotros.
La Señora del Tepeyac dijo a Juan Diego: Ten entendido, tú el más pequeño de mis hijos, que yo soy la siempre Virgen Santa María, Madre del verdadero Dios por quien se vive; del Creador cabe quien está todo; Señor del Cielo y de la tierra.
Y al enviarlo al Obispo, reafirmó: Dile que yo en persona, la siempre Virgen Santa María, Madre de Dios, te envía.
Juan Diego se presentó al Obispo, narró todo lo sucedido y, cuando desenvolvió su tilma y se esparcieron por el suelo todas las diferentes rosas de Castilla, se dibujó en ella la preciosa imagen de la siempre Virgen Santa María de Guadalupe, Madre de Dios, de la manera que está y se guarda hasta hoy en su templo del Tepeyac.
La mitología era abundante entre los habitantes de Tenochtitlán. Creían en un matrimonio de dioses que procreó cuatro hijos, de allí nació la creencia del ciclo de los cuatro soles.
Cuando el último sol estaba a punto de extinguirse, se recreó porque un pequeño dios, Nanahuatzin, se sacrificó arrojándose al fuego. Así surgió el quinto sol.
La consecuencia de tal historia originó los sacrificios humanos, necesarios para alimentar con sangre al sol.
Ahora bien, Nuestra Señora, al expresarse en náhuatl, utiliza cuatro vocablos bien precisos: Ipalnemohuani (Aquel por quien se vive), Teyocoyani (Que está dando el ser a las personas), Tloque Nahuaque (Dueño que está junto a todo y lo abarca todo) e Ilhuicahua Tlaltipaque (Amo del Cielo y de la Tierra).
Todo esto alude a la existencia del único Dios verdadero; Creador, que nos crea y nos da la vida; Omnipotente y Misericordioso, que lo abarca todo y acompaña a todos; Señor, dueño de Cielos y tierra.
Además, la imagen de Nuestra Señora de Guadalupe es una maravillosa síntesis doctrinal de la fe católica; una obra maestra de catecismo, adaptado a los habitantes del país de tal modo que pudo ser entendido y aceptado inmediatamente.
Esta estampa contiene una rica y profunda simbología, en la cual cada detalle de color y de forma es portador de un mensaje teológico, comprendido inmediatamente por los nativos del lugar, acostumbrados al lenguaje de las representaciones plásticas, de manera que la figura de la Virgen en la tilma sin duda ayudó a la conversión a la verdadera fe.
El manto azul salpicado de estrellas es la Tilma de Turquesa con que se revestían los grandes señores, e indica la nobleza y la importancia del portador. Asienta bien en su cabeza; para nada cubre su rostro; y cae hasta sus pies, ciñéndose un poco por en medio; tiene toda su franja dorada y cuarenta y seis estrellas de oro.
Su pie se apoya sobre una luna negra, cuyos cuernos ven hacia arriba, símbolo del mal para los aztecas. Se yergue exactamente en medio de ellos.
La Inmaculada aparece en medio del sol, cuyos rayos la siguen y rodean por todas partes, como para indicar que ella es su aurora, la Estrella de la Mañana, que anuncia al Sol de Justicia.
Cuando Nuestra Señora de Guadalupe se manifestó contornada por el sol y posando sus plantas sobre la luna, los indígenas le reconocieron una dignidad superior.
Además, los naturales de América conocían muy bien la posición de las estrellas, por lo que es lógico pensar que descubrieron las constelaciones en el manto de la Virgen.
En efecto, allí se encuentra representado con mucha fidelidad el cielo del solsticio de invierno de 1531, que tuvo lugar a las 10.40 del martes 12 de diciembre, hora de la ciudad de México.
Están figuradas todas las constelaciones, que se extienden en el cielo visible a la hora de la salida del sol, y en el momento en que Juan Diego enseña su tilma al Obispo Zumárraga.
En la parte derecha del manto se encuentran las principales constelaciones del cielo del Norte. En el lado izquierdo las del Sur, visibles en la madrugada del invierno desde el Tepeyac. El Este se ubica arriba y el Oeste en la porción inferior.
En resumen, en el manto de la Guadalupana se pueden identificar las principales estrellas de las constelaciones de invierno. Todas ellas en su lugar, con muy pequeñas modificaciones.
De esta manera, quedó documentada, en la misma tilma, la fecha de la aparición de María en el Tepeyac, y su imagen expresa que es Reina, Señora de Cielos y Tierra.
“Y una gran señal apareció en el cielo: una Mujer, vestida del sol, con la luna bajo sus pies, y una corona de doce estrellas sobre su cabeza”.
Si a toda la simbología sumamos las palabras, el resultado es admirable y prodigioso.
En la primera y en la segunda aparición, la Santísima Virgen habló de sí misma como Madre de Dios y Madre del verdadero Dios.
Su Maternidad se relaciona con el dogma de la Encarnación, pues Jesucristo es verdadero Dios y Hombre verdadero, y Él es quien nos reveló al Padre.
La Santísima Virgen de Guadalupe está encinta, con el Niño Jesús no en sus brazos sino en su seno purísimo. Así lo indican el lazo negro que ajusta su cintura, el ligero abultamiento debajo de este y la intensidad de los resplandores solares que aumenta a la altura del vientre.
La Madre de Dios quiso visitarnos en su gravidez, cuando estas tierras americanas estaban grávidas de Cristo, y dispuso todo para el nacimiento espiritual en ellas de su Hijo.
La Virgen de Guadalupe se presentó ante sus hijos como la Madre del Creador y conservador de todo el universo.
María de Guadalupe está encinta. En el centro de su basílica, Ella es el Tabernáculo del Altísimo. Postrándonos a sus pies es al Niño Dios a quien adoramos.
“Y se abrió el Santuario de Dios en el cielo, y apareció el Arca de su Alianza en el Santuario”.
La Siempre Virgen María de Guadalupe se aparece del lado del Sol Naciente, y es fuente de vida. Ella lleva en su seno al Sol… Ella misma está como transfigurada por el Sol, y parece como irradiarlo.
En su túnica, sobre su vientre virginal, en el lugar mismo donde está el Niño Dios, se destaca una flor de cuatro pétalos, símbolo de la flor solar. Ésta era el más familiar de los jeroglíficos de los indígenas. Se componía siempre de cuatro puntos unidos por un centro o botón, punto de contacto entre el Cielo y la tierra.
Sobre la cumbre de la pequeña colina piramidal del Tepeyac, la Virgen Madre pide que se la construya en santuario dedicado a Ella; pero no para hacerse adorar, sino más bien para establecer allí el culto del verdadero Dios, su divino Hijo: “Allí Le mostraré, Le exaltaré, yo Lo daré a los hombres por mediación del amor hacia Mí, de mi mirada compasiva, de mi ayuda segura, de mi salvación”…
Digamos con la Liturgia del Adviento: Regem venturum Dominum, venite adoremus…
Notemos que la profundidad y la riqueza teológica de estas palabras de la Madre Fecunda derriban en un instante no sólo los ídolos crueles de la religión pagana, sino también la naciente secta que robó a la Iglesia un tercio de Europa e iba a implantarse también en grandes regiones americanas compitiendo por medio del imperio inglés con la católica España.
Esas palabras de la Inmaculada marcan también el triunfo sobre el aberrante ecumenismo modernista del Concilio Vaticano II y de los que han hecho de él la razón de ser de su pontificado…
Recordemos las palabras de San Luís María Grignion de Montfort en su Tratado:
“Así como en la generación natural y corporal concurren el padre y la madre, también en la generación sobrenatural y espiritual hay un Padre, que es Dios, y una Madre, que es María.
Todos los verdaderos hijos de Dios y predestinados tienen a Dios por Padre y a María por Madre. Y quien no tenga a María por Madre, tampoco tiene a Dios por Padre. Por esto los réprobos como los herejes, cismáticos, etc., que odian o miran con desprecio o indiferencia a la Santísima Virgen no tienen a Dios por Padre aunque se jacten de ello porque no tienen a María por Madre. Que si la tuviesen por tal, la amarían y honrarían, como el buen hijo ama y honra naturalmente a la madre que le dio la vida.
La señal más infalible y segura para distinguir a un hereje, a un hombre de perversa doctrina, a un réprobo de un predestinado, es que el hereje y el réprobo no tienen sino desprecio o indiferencia para con la Santísima Virgen, cuyo culto y amor procuran disminuir con sus palabras y ejemplos, abierta u ocultamente y, a veces, con pretextos aparentemente válidos.
¡Ay! Dios Padre no ha dicho a María que establezca en ellos su morada porque son los Esaús.” [30]
Como podemos interpretar en la parábola del trigo y la cizaña hacia el tiempo de la siega (la consumación del siglo) la cizaña casi ahogará al trigo, y el mayor peligro serán las falsificaciones, falsas devociones, los engaños y mentiras, porque el sol se oscurecerá, la luna perderá su resplandor y las estrellas del firmamento se bambolearán.
Por esa razón, este gran Santo, mariano y apocalíptico, insiste oportuna e importunamente, a tiempo y a destiempo, sobre la Verdadera Devoción a la Santísima Virgen María, distinguiéndola de las falsas, sobre las cuales nos previene.
El Santo nos advierte por anticipado contra lo que podríamos llamar el Rosariómetro, con el que entretiene y adormece actualmente a los feligreses, e incluso a los sacerdotes:
“Es preciso, ahora más que nunca, hacer una buena elección de la verdadera devoción a la Santísima Virgen. En efecto, hoy más que nunca, nos encontramos con falsas devociones que fácilmente podrían tomarse por verdaderas. El demonio, como falso acuñador de moneda y ladrón astuto y experimentado, ha engañado y hecho caer ya a muchas almas por medio de falsas devociones a la Santísima Virgen y cada día utiliza su experiencia diabólica para engañar a muchas otras, entreteniéndolas y adormeciéndolas en el pecado, so pretexto de algunas oraciones mal recitadas y de algunas prácticas exteriores inspiradas por él.
Como un falsificador de moneda no falsifica ordinariamente sino el oro y la plata y muy rara vez los otros metales, porque no valen la pena, así el espíritu maligno no falsifica las otras devociones tanto como las de Jesús y María la devoción a la Sagrada. Comunión y la devoción a la Virgen porque son entre las devociones, lo que el oro y la plata entre los metales.” [90]
Como hemos dicho, siempre la venida de Nuestro Señor ha estado precedida, acompañada y sostenida por la dulce guía de María Santísima, quien acorta el camino para que venga a nosotros el Reino.
La Santísima Virgen de Guadalupe, con su mensaje y su imagen, allanó muchas dificultades en el camino de la evangelización, trazado por los primeros misioneros que llegaron a América.
Incluso hoy, y más que nunca, su estampa bendita y su enseñanza deben iluminarnos respecto de los días que nos tocan vivir, anunciados por los signos de los tiempos, y fortalecernos en el combate que debemos librar para conservar nuestra Fe y todas las cosas que nos han sido transmitidas.
Hoy, cuando las fuerzas infernales parecen estar a punto de vencer, cuando las puertas del infierno dan la impresión de prevalecer, cuando las sectas de las falsas religiones, el paganismo, el panteón de Asís… y de Roma… van invadiendo todo con su espíritu y práctica…, hoy, una vez más, la Siempre Virgen María de Guadalupe nos transmite su mensaje y nos asegura el triunfo final y el Reino de su Hijo bendito.
Ella, que bendijo y guió la evangelización de América, conducirá el triunfo sobre el dragón infernal y establecerá el Reino de su Corazón Inmaculado, que dispondrá la implantación del Reino definitivo de Jesucristo.
Que el misterio insondable de la Encarnación, cuya digna celebración tiene como marco y centro la devoción mariana, se nos haga más comprensible por la gracia, para que gocemos al contemplar el gran amor de Dios, que nos ha dado a su propio Hijo por intermedio de la Santísima Virgen María.