JUEVES SANTO
El Jueves Santo, cuando instituyó el Sacramento adorable de la Sagrada Eucaristía, fue el día más hermoso de la vida de Jesús, el día por excelencia de su Amor.
En efecto, la Sagrada Eucaristía es obra de un Amor infinito, que ha tenido a su disposición un poder infinito, la omnipotencia divina. “Habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el fin”, dice el Evangelio.
Quisiera detenerme hoy sobre nuestros deberes para con la Sagrada Eucaristía, nuestras obligaciones para con el Santísimo Sacramento.
AMOR
Nuestro primer deber es tributar un amor inmenso a Jesús Sacramentado.
La Sagrada Eucaristía es el Sacramento del Amor. ¡Cuán cierto es, por desgracia, que Nuestro Señor Jesucristo no es amado en el Santísimo Sacramento!
No lo aman tantos millones de paganos e infieles que ni siquiera conocen a Dios; no lo aman los incontables cismáticos y herejes que no conocen o conocen muy mal la Sagrada Eucaristía; e incluso entre los católicos, son pocos, muy pocos, los que aman a Jesús Sacramentado.
¿Cuántos son los que piensan en la Eucaristía, cuántos los que hablan de Ella, cuántos los que van a adorar y a recibir frecuentemente con respeto, devoción y piedad la Sagrada Eucaristía?
FE
¿Y por qué es tan poco amado Jesús en el Sacramento de su Amor? Porque no es conocido; porque muy pocos tienen una fe profunda y firme en su presencia verdadera, real y substancial en la Sagrada Eucaristía…
¡Qué felices seríamos si tuviésemos una fe muy viva en el Santísimo Sacramento! ¡Qué bienaventurados seríamos si creyéramos firme y amorosamente que Jesús está en Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad en la Hostia Santa!
No tener fe en el Santísimo Sacramento es la mayor de todas las desgracias. La fe en la Eucaristía es un gran tesoro; pero hay que buscarlo con ardor, conservarlo por medio de la piedad y defenderlo aún a costa de los mayores sacrificios.
Hoy nos quieren arrebatar la fe en la Sagrada Eucaristía. Uno de los medios para engañarnos es hacernos creer que la Santa Misa es una simple cena y que la Comunión es una comida más. Para lograr esto nos quieren hacer participar de ceremonias totalmente desprovistas de devoción, de piedad y de recogimiento.
Por eso, debemos tener una fe inquebrantable en la presencia de Jesucristo en la Eucaristía. ¡Allí está Jesús!
¡Que el respeto más profundo se apodere de nosotros al entrar en la iglesia! ¡Que la devoción más fervorosa llene nuestro corazón cuando nos acerquemos a recibirlo! ¡Rindámosle el homenaje de nuestra fe!
ADORACIÓN
¿Cómo rendirá nuestra fe el homenaje debido a Jesús Sacramentado? Por medio de la adoración.
La adoración es el acto supremo de la virtud de religión; superior a todos los demás actos de piedad y de virtud.
La adoración Eucarística tiene por objeto la Persona divina de Nuestro Señor Jesucristo y su adorable Humanidad presente verdadera, real y substancialmente en el Santísimo Sacramento.
Jesucristo oculto en la Hostia divina es adorado como Dios por la Iglesia. Ella le tributa los honores debidos solamente a la Divinidad; se postra ante el Santísimo Sacramento como los habitantes de la Corte Celestial ante la majestad soberana del Altísimo.
La adoración a Jesucristo en el Santísimo Sacramento es el fin de la Iglesia militante, como la adoración a Dios en la gloria es el fin de la Iglesia triunfante.
La adoración eucarística es el mayor triunfo de la fe, porque es la sumisión entera de la razón del hombre a Dios.
El Ángel de Portugal se apareció a los pastorcitos de Fátima con un Cáliz en la mano y, sobre él, una Hostia, de la cual caían dentro del Cáliz algunas gotas de Sangre. Dejando el Cáliz y la Hostia suspendidos en el aire arrodillado en tierra, curvó la frente hasta el suelo y enseñó a los pastorcitos de Fátima esta oración: ¡Dios mío!, yo creo, adoro, espero y Os amo. Os pido perdón por los que no creen, no adoran, no esperan, y no Os aman.
RESPETO
Para que no nos engañemos en nuestra fe, en nuestro amor y en nuestra adoración, debemos acompañar nuestros actos de devoción eucarística del mayor respeto.
La Iglesia prescribe la mayor reverencia delante del Santísimo Sacramento, sobre todo cuando está expuesto, pues entonces el silencio debe ser aún más absoluto y más respetuosa la compostura.
A Nuestro Señor le debemos respeto; y esta reverencia debe ser espontánea, no razonada.
¡Cuánto tienen que avergonzarse los católicos por su falta de respeto en la presencia de Jesús Sacramentado!
Debemos a Dios la reverencia exterior, es decir, la oración del cuerpo. Nuestro Señor Jesucristo nos dio ejemplo orando de rodillas. Los Apóstoles nos transmitieron este modo de orar.
Hagamos orar a nuestro cuerpo en unión con la adoración del espíritu. La negligencia respecto de la disposición del cuerpo debilita la disposición del alma; mientras que una posición respetuosa y piadosa la fortifica y ayuda. Nuestra piedad agoniza por falta de este respeto exterior.
No permitamos nunca en la presencia de Nuestro Señor posturas, actitudes o irreverentes. Ofrezcamos a Nuestro Señor Jesucristo este homenaje de afectuoso respeto cuando estemos en su presencia. Adoptemos en lo posible la postura más digna.
Además, que nuestro porte exterior también de testimonio de su divinidad, de su presencia. A veces nos presentamos al templo vestidos de tal manera que en tiempos normales y a una persona normal le daría vergüenza hacerlo de igual modo en el trabajo, la escuela o para una fiesta mundana o un examen en la universidad.
Por eso, hoy, cuando nos quieren hacer perder la fe en la Sagrada Eucaristía, no aceptemos la irreverencia ni la profanación. No aceptemos cambios, costumbres y modas que rebajan la dignidad de Nuestro Señor y que exponen la Sagrada Eucaristía al peligro de ser profanada.
Sigamos esta conducta: ¡A Dios todo honor y toda gloria!
Formemos todos el cortejo de nuestro Rey Sacramentado. Pensemos que nuestro Señor está allí, en la Hostia Santa. Grabemos bien en nuestra alma esta idea: ¡Nuestro Señor está presente!
CULTO
No basta a la Iglesia la adoración y el respeto para atestiguar su fe y su amor, sino que quiere que todo esto vaya acompañado de espléndidos honores y públicos homenajes.
Con la más delicada atención y con solícito cuidado la Iglesia ha dispuesto el culto eucarístico, descendiendo hasta los menores detalles en todo lo que se refiere a la adoración de su Rey presente en la Sagrada Eucaristía.
Lo más puro que da la naturaleza, lo más precioso que se encuentra en el mundo, la Iglesia lo consagra al servicio de Jesús Sacramentado.
Todas las artes se unen para honrar a la Sagrada Eucaristía: la arquitectura, con sus magníficos templos; la pintura, con sus espléndidas obras; la música, con sus mejores composiciones y melodías… Los ornamentos litúrgicos, los vasos sagrados, los altares… La Iglesia dispone todo para homenajear a su Rey…
No hay servicio que no tenga una ley que determine sus deberes, una regla que prescriba las cosas más menudas y el orden necesario. Así, por ejemplo, el ceremonial de la corte de un rey.
Dios determinó la práctica de su culto; reguló hasta los deberes más sencillos e impuso el cumplimiento de las reglas al sacerdocio y al pueblo. La razón de todo ellos está en que todo es grande y divino en el servicio de Dios.
Y como Dios ha decretado el ceremonial de su culto, no quiere más obsequios que los que prescribe, ni realizados de otra manera que como los ordenó. El hombre no tiene otra cosa que añadir sino el homenaje de su amor respetuoso y de su leal obediencia.
Jesucristo encargó a los Apóstoles y a la Iglesia Romana fijar el orden de su culto exterior y público. Por lo tanto, la Santa Liturgia es auténtica y venerable; ella nos viene de San Pedro.
Cada Papa la ha custodiado con celo y la ha transmitido con respeto a los siglos futuros. Y cuando las necesidades de la fe, de la piedad y de la gratitud lo exigían, por inspiración divina han añadido oficios, ritos, fórmulas y oraciones sagrados.
La Santa Liturgia es, pues, la regla universal e inflexible del culto eucarístico. Hay que guardarla con religiosa piedad, es necesario estudiar sus reglas, debemos meditar su espíritu.
Esta ley litúrgica es el único culto legítimo y agradable a la Majestad de Dios; la única expresión pura y perfecta de la fe y de la piedad de su Iglesia.
Todo lo que sea contrario a este culto se debe condenar; todo lo que le sea extraño, debe considerarse como cosa sin valor.
Sólo merece ser estimado y practicado lo que sea conforme a la letra, al espíritu, a la piedad y a la devoción del culto católico.
Siguiendo esta regla evitaremos el error en la fe práctica, la ilusión y la superstición, que tan fácilmente se deslizan en la devoción dejada a sí misma.
REPARACIÓN
Finalmente, como los deberes de amor, de fe, de adoración, de respeto y de culto son menospreciados por la mayoría de los hombres, nosotros debemos reparar por la ingratitud con que se paga a Jesús su Sacramento de Amor y por los ultrajes que se infieren al Santísimo Sacramento.
Jesús es humillado por sus propios amigos, a quienes el respeto humano, la vergüenza y el orgullo hacen perjuros…
Jesús es insultado por aquellos a quienes colma de gracias y beneficios, y a los cuales las malas costumbres los convierten en irrespetuosos, profanadores y hasta sacrílegos.
Jesús es vendido por sus discípulos… ¡Cuántos Judas hay en el mundo!
Crucifícanlo aquellos mismos a quienes ha amado tanto. Para insultarlo se sirven de sus mismos dones; de su amor para despreciarlo; de su silencio y de su velo sacramental para encubrir el más abominable de los crímenes: el sacrilegio eucarístico…
El Ángel de Portugal, se postró en tierra y rezó esta oración: “Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, Os adoro profundamente y Os ofrezco el Preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad de Jesucristo, presente en todos los sagrarios de la tierra, en reparación de los ultrajes, sacrilegios e indiferencias con que Él mismo es ofendido. Y por los méritos infinitos de Su Sacratísimo Corazón y del Corazón Inmaculado de María, Os pido la conversión de los pobres pecadores”.
Del mismo modo, en este Jueves Santo, ofrezcamos a Jesús Eucaristía nuestros homenajes: una fe profunda, un ardiente amor, una adoración fervorosa, un respeto lleno de reverencia, un culto magnífico y una reparación compasiva. Todo esto por mediación de Nuestra Señora del Santísimo Sacramento, la Reina del Cenáculo.