domingo, 3 de abril de 2011

Domingo de Lætare

CUARTO DOMINGO DE CUARESMA


En aquel tiempo, pasó Jesús a la otra parte del mar de Galilea, que es de Tiberíades. Y le seguía una grande multitud de gente, porque veían los milagros que hacía sobre los enfermos. Subió, pues, Jesús, a un monte, y se sentó allí con sus discípulos. Y estaba cerca la Pascua, día de gran fiesta para los judíos. Y habiendo alzado Jesús los ojos, y viendo que venía a Él una gran multitud, dijo a Felipe: “¿De dónde compraremos pan para que coma esta gente?” Esto decía por probarle: porque Él sabía lo que había de hacer. Felipe respondió: “Doscientos denarios de pan no les alcanzan para que cada uno tome un bocado”. Uno de sus discípulos, Andrés, hermano de Simón Pedro, le dijo: “Aquí hay un muchacho que tiene cinco panes de cebada y dos peces: mas ¿qué es esto para tanta gente?” Pero Jesús dijo: “Haced sentar a esas gentes”. En aquel lugar había mucha hierba. Y se sentaron a comer, como en número de cinco mil hombres. Tomó Jesús los panes, y habiendo dado gracias, los repartió entre los que estaban sentados: y asimismo de los peces, cuanto querían. Y cuando se hubieron saciado, dijo a sus discípulos: “Recoged los trozos que han sobrado, para que no se pierdan”. Y así recogieron y llenaron doce canastos de trozos de los cinco panes de cebada, que sobraron a los que habían comido. Aquellos hombres, cuando vieron el milagro que había hecho Jesús, decían: “Este es verdaderamente el profeta que ha de venir al mundo”. Y Jesús, notando que habían de venir para arrebatarle y hacerle rey, huyó otra vez al monte Él sólo.

La Santa Iglesia, por medio de su Liturgia, nos introduce, paso a paso, en el gran misterio de la Pasión de Nuestro Señor Jesucristo.

De este modo, en este Cuarto Domingo de Cuaresma, Domingo de Lætare, presenta a nuestra consideración la primera multiplicación de los panes, cuyo relato está tomado del capítulo sexto del Evangelio según San Juan, y al cual sigue la Promesa de la Institución de la Sagrada Eucaristía, que perpetúa el Santo Sacrificio de la Cruz.

Este Domingo de Lætare constituye como el Introito de la Pasión y parece resonar el eco de las palabras del Salmo: Introibo ad altare Dei, ad Deum qui lætificat juventutem meam

San Juan nos dice que estaba cerca la Pascua, día de gran fiesta para los judíos; por este y otros datos, sabemos que Jesús no fue a Jerusalén ese año.

¿Y por qué no subió en el día de esa gran fiesta? Porque derogaba, poco a poco, la Ley, tomando ocasión para ello de la malicia de los judíos; y dejando adivinar a los que la observaban que cuando llegaba la realidad debía cesar toda figura.

Exactamente un año más tarde, Jesucristo sufrirá la Pasión en la misma festividad, después de haber instituido el Santísimo Sacramento de nuestros Altares.

Entretanto, cuando las multitudes vieron el milagro que había hecho el Señor, se admiraban, porque todavía no habían comprendido que Jesús era Dios.

Aquellos hombres, como eran carnales y todo lo entendían en sentido material, decían: Este es verdaderamente el profeta que ha de venir al mundo.

Al día siguiente, la gente buscaba a Nuestro Señor, y le dijeron: "¿Maestro, cuándo llegaste acá?"

Esta búsqueda y pregunta, permitió a Jesús pronunciar el Discurso más sublime y profundo de cuantos nos legara… el del Pan de Vida, que alegra nuestra juventud…

Meditemos este hermoso texto, guiados por los comentarios de los Santos Padres.

Así, pues, les respondió, y dijo: "En verdad, en verdad os digo: Que me buscáis, no por las señales que visteis, mas porque comisteis del pan y os saciasteis. Trabajad, no por la comida que perece, mas por la que permanece para vida eterna, la que os dará el Hijo del hombre, porque a Éste es a quien el Padre, Dios, ha marcado con su sello.".

Para manifestar que no ambicionaba el honor que procede de los hombres, sino que únicamente se proponía la salvación de los hombres, les contestó reprendiéndoles, no sólo a fin de corregirles, sino queriendo darles a conocer incluso más de lo que ellos pensaban y deseaban.

El alimento temporal únicamente robustece la parte material del hombre exterior; mas el alimento espiritual subsiste siempre y produce la saciedad perpetua y la inmortalidad.

Insinúa discretamente que Él mismo es este alimento espiritual, como si dijera: me buscáis por otra cosa; buscadme por Mí mismo…

¡Cuántos hay que buscan a Jesús solamente por los beneficios temporales que les granjea! Apenas si hay algunos que buscan a Jesús por Jesús…

Del mismo modo que había dicho a la Samaritana: Si conocieses quién es el que te pide de beber, tú le pedirías a Él, y te daría un agua viva, así ahora dijo: La que os dará el Hijo del hombre.

Entonces, aquellos hombres carnales le dijeron: ¿Pues qué milagro haces, para que lo veamos y te creamos? ¿Qué obras tú? Nuestros Padres comieron el maná en el desierto, como está escrito: pan del Cielo les dio a comer.

¡Nada más opuesto a la razón que decir esto!, como si no hubiese hecho ningún prodigio, cuando tenían un milagro ante los ojos…

Y no le permiten al Señor que elija la clase de milagro que quiera hacer, sino que lo quieren obligar a que no haga ningún otro que no sea aquél que se hizo en beneficio de sus padres. Por esto añaden: nuestros Padres comieron el maná en el desierto…

Habiendo hecho muchos milagros en Egipto, en el mar Rojo y en el desierto, sólo hacen mención de éste, porque era el que más deseaban por la tiranía del vientre…

Jesús, Nuestro Señor, habla de sí de tal modo que se hacía superior a Moisés, porque Moisés nunca se había atrevido a decir que daría una comida que no concluiría jamás.

Sabía aquella gente todo lo que había hecho Moisés y querían ver cosas mayores. De modo que casi puede entenderse que decían al Señor: tú ofreces un alimento que nunca se acaba y, sin embargo, nada haces de lo que hizo Moisés; porque aquél no nos dio panes de cebada, sino maná bajado del Cielo…

Llegó el momento de intentar atraerlos al alimento espiritual. Por esto les dice: En verdad, en verdad os digo, que no os dio Moisés Pan del Cielo. Mas mi Padre os da el Pan verdaderamente del Cielo. Porque el Pan de Dios es aquél que descendió del Cielo, y da vida al mundo…

Dice que aquel pan no era verdadero, no porque hubiese sido falso el milagro del maná, sino porque sólo era figura y no realidad. Y en lugar de Moisés pone a Dios Padre, y en vez de maná se ofrece a sí mismo…: Aquel maná representaba la comida de que os he hablado antes, y todas aquellas cosas eran figuras mías…

Habla de sí mismo como Pan verdadero, porque lo que principalmente se representa por medio del maná, es el Hijo Unigénito de Dios hecho hombre; Él, que siendo divino, descendió del Cielo asumiendo la humanidad para dar la vida al mundo.

Ellos, pues, le dijeron: Señor, danos siempre este Pan.

Y Jesús les replicó: Yo soy el Pan de la vida; el que viene a mí no tendrá hambre; y el que en mí cree, nunca jamás tendrá sed.

El Señor los inicia en el conocimiento de los misterios. En primer término, habla de su divinidad, por lo que les dice: yo soy el Pan de la vida.

Es un Pan, no de la vida ordinaria, sino de aquélla que no concluye con la muerte. Por esto añade: El que a mí viene, no tendrá hambre; y el que en mí cree, nunca jamás tendrá sed…

Mas los judíos, creyendo que se trataba de la comida material, no se disgustaron hasta que se convencieron de lo contrario. San Juan dice que los judíos murmuraban de Él, porque había dicho: Yo soy el Pan que ha bajado del Cielo. Y decían: ¿No es éste Jesús, hijo de José, cuyo padre y madre conocemos? ¿Cómo puede decir ahora: He bajado del Cielo?

Lo que producía su disgusto era que ya no esperaban saciarse de un alimento corporal. Muy alejados estaban éstos del Pan del Cielo y no sabían experimentar hambre de Él, porque este Pan supone el hambre del hombre interior.

Mas Jesús les respondió: No murmuréis entre vosotros. Como si dijese: sé por qué no sentís esta hambre y por qué no comprendéis ni buscáis este Pan…

En efecto, nadie puede venir a mí, si no lo atrajere el Padre que me envió… En verdad, en verdad os digo: que aquél que cree en mí tiene vida eterna…Yo soy el Pan de la vida. Vuestros padres comieron el maná en el desierto y murieron. Este es el Pan que desciende del Cielo, para que el que comiere de Él no muera. Yo soy el Pan vivo, que descendí del Cielo. Si alguno comiere de este Pan, vivirá eternamente. Y el Pan que yo os daré es mi Carne por la vida del mundo.

Como las multitudes instaban pidiendo el alimento corporal, acordándose de aquel alimento que se había concedido a sus padres, con el fin de manifestarles que todo aquello no fue otra cosa más que una figura de la verdad que tenían presente, hace mención de la comida espiritual diciendo: Yo soy el Pan de la vida.

Se llama a sí mismo Pan de la vida, porque encierra en sí toda nuestra vida, tanto la presente como la venidera.

Pero como consideraban que el pan que Jesucristo les había dado era de poco mérito en comparación del que habían recibido sus padres, (puesto que aquél bajaba del Cielo y el que Jesucristo les dio, aunque por un milagro, era de la tierra), por esto añadió: Este es el Pan que desciende del Cielo El maná prefiguró a este Pan… y también el Altar del Señor.

Después manifiesta que ellos estaban en mejor condición que sus padres, porque aquellos, habiendo comido el maná, murieron, y por esto añade: para que el que comiere de Él no muera.

¿Cómo es esto? Nosotros, que hemos de comer del Pan que baja del Cielo, ¿no moriremos como murieron aquellos?

También hemos de morir, en cuanto a la muerte de este cuerpo, visible y material; pero en cuanto a la muerte del espíritu (de la que murieron los padres de éstos), sabemos que Moisés y muchos otros comieron el maná y agradaron a Dios y no murieron; porque aquella comida visible fue recibida por ellos en sentido espiritual.

Tuvieron de ella hambre espiritual, la gustaron en espíritu y quedaron saciados espiritualmente.

Y nosotros, hoy también recibimos una especie visible, pero una cosa es el Sacramento y otra la virtud del Sacramento. ¿Cuántos hay que reciben este Pan del altar, y mueren a pesar de ello? Por esto dice San Pablo: Que come y bebe su propia condenación…

Jesús garantiza: Mi vida es la que vivifica. Por esto dice: Si alguno comiere de este Pan, vivirá, no sólo en la vida presente por medio de la fe y de la santidad, sino que vivirá eternamente.


A continuación, explica el Señor por qué se llama a sí mismo Pan, no sólo en lo que toca a la divinidad, que todo lo nutre, sino también en cuanto a la naturaleza humana, que asumió el Verbo de Dios: El Pan que yo daré es mi Carne por la vida del mundo.

El Señor concedió este Pan cuando instituyó el Sacramento de su Cuerpo y su Sangre; y lo dio a sus discípulos y cuando se ofreció a Dios Padre en el Ara de la Cruz.

Lo que recibimos en el Santísimo Sacramento no es la figura del Cuerpo de Jesucristo, sino el mismo verdadero Cuerpo de Jesucristo. Porque no dijo: el Pan que yo daré lleva la imagen de mi Cuerpo, sino: es mi Carne.


A punto tal fue claro el Señor, que comenzaron entonces los judíos a altercar unos con otros, y decían: ¿Cómo nos puede dar éste a comer su carne?

Mas Jesús les dijo: En verdad, en verdad os digo: que si no comiereis la Carne del Hijo del hombre, y bebiereis su Sangre, no tendréis vida en vosotros. El que come mi Carne y bebe mi Sangre, tiene vida eterna; y yo le resucitaré en el último día.

Creían pues los judíos, que el Señor dividiría en trozos su propia carne y se la daría a comer; por esto disputaban, porque no entendían. Y como decían que esto era imposible, les dio a entender que no sólo no era imposible, sino muy necesario.

Y para que no entendiesen que se refería solamente a esta vida, añadió: Tiene vida eterna… Porque no es Carne de un mero hombre, sino de Dios...


Para manifestar cuánta diferencia hay entre la comida y bebida material y el Santísimo Sacramento de su Cuerpo y su Sangre, añadió: Porque mi Carne verdaderamente es comida, y mi Sangre verdaderamente es bebida.


Y después manifiesta en qué consiste comer su Cuerpo y beber su Sangre, diciendo: El que come mi Carne y bebe mi Sangre, en mí mora, y Yo en él.

Y por esto el que no permanece en Cristo y aquél en quien Cristo no permanece, sin duda alguna ni come su Carne ni bebe su Sangre, sino que, por el contrario, come y bebe para su condenación el Sacramento de tan gran valor.


Y Nuestro Señor bajó del Cielo para que vivamos comiendo aquel Pan del Cielo los que no podemos obtener la vida eterna por nosotros mismos. Y por eso dice: Este es el Pan que descendió del Cielo.

Y para manifestar la diferencia entre la sombra y la luz, entre la figura y la realidad, añadió: No como el maná que comieron vuestros padres, y murieron.

Aquello de que murieron, quiere que se entienda en el sentido de que no viven eternamente; porque ciertamente en lo temporal también morirán los que reciben el Cuerpo y la Sangre de Jesucristo; pero vivirán eternamente, porque Jesucristo es la vida eterna.


Los que oían consideraban que el Salvador se refería a cosas que excedían sus posibilidades y dijeron: Duro es este razonamiento. ¿Y quién lo puede oír?, como respondiendo por sí mismos lo que no debían.

Y Jesús, sabiendo en sí mismo que murmuraban sus discípulos de esto, les dijo: ¿Esto os escandaliza? ¿Pues qué, si viereis al Hijo del hombre subir a donde estaba antes?…

Nuestro Señor, habiendo nacido de la Santísima Virgen María, empezó a existir aquí en el mundo cuando tomó carne de la tierra. Por lo tanto, cuando dice: Si viereis al Hijo del hombre subir a donde estaba antes, quiere que comprendamos que hay una sola Persona en Jesucristo, verdadero Dios y verdadero Hombre, y no dos; y que lo mismo estaba el Hijo del hombre en el Cielo, que el Hijo de Dios estaba en la tierra. El Hijo de Dios en la tierra, en la Carne que había tomado; el Hijo del hombre en el Cielo, en la unidad de Persona.

Mas no se crea por esto que el Cuerpo de Jesucristo bajó del Cielo (como dijeron los herejes Marción y Apolinar), sino que es uno y el mismo el Hijo de Dios y el Hijo del hombre.


Luego agrega: El espíritu es el que da vida; la carne nada aprovecha, y así enseña que es necesario oír con el espíritu las cosas de Dios, porque quien las entiende de una manera carnal, nada aprovecha. Hay que ver todos los misterios con los ojos del espíritu, entenderlos en sentido espiritual.

Y era carnal el dudar acerca de cómo podría darnos a comer su Carne.

¿Qué? ¿Acaso, no es verdadera Carne? Sí, en verdad, y por esto dice: La carne nada aprovecha, no refiriéndose a su Carne, sino a aquéllos que entendían en sentido carnal lo que Él les decía.

También puede entenderse esta frase en el sentido que aquéllos la comprendieron, porque creyeron que se trataba de la carne que se corta en un cadáver, o de la que se vende en el mercado, y no en cuanto es vivificada por el espíritu. Únase el Espíritu con la carne y ésta aprovechará mucho.

Mas si la carne nada hubiese aprovechado, el Verbo no se hubiese hecho carne para habitar entre nosotros…; y el Espíritu ha hecho lo necesario por medio de la carne en beneficio nuestro y por nuestra salvación.

Y no es que la carne santifica por sí misma, sino por medio del Verbo, por quien fue tomada, el cual, al haber tomado Alma y Cuerpo, santifica el alma y el cuerpo de los que creen.

Por esto dice: Las palabras que yo os he dicho, espíritu y vida son. Por lo tanto, si las habéis entendido en sentido espiritual, serán para vosotros espíritu y vida; y si las entendéis en sentido carnal, ellas en sí son espíritu y vida, pero no para vosotros.


Desde entonces, muchos de sus discípulos volvieron atrás y no andaban ya con Él. Habló claro Nuestro Señor, y se quedó sin muchos. Pero no por esto se turbó. Es más, dijo a los doce: ¿Y vosotros queréis también iros?

Y Simón Pedro le respondió: Señor, ¿a quién iremos? Tú tienes palabras de vida eterna. Y nosotros hemos creído y conocido que tú eres el Cristo Hijo de Dios…

Sabía el Señor que de aquellos discípulos que se quedaron, habría algunos que se querrían marchar. Por eso les preguntó a los doce, para que de este modo se conociese su fe y se propusiese a la imitación de otros: ¿Y vosotros queréis también iros?

Convenía atraerlos por este medio, porque si los hubiese halagado, hubiesen creído que aquello tenía algo de humano, entendiendo que hacían una gracia a Jesucristo no dejándole.

Pero manifestando que no necesitaba de su obsequio ni de que lo siguiesen, los retuvo más y por esto no les dijo marchaos, porque esto hubiese sido tanto como despedirlos; sino que les preguntó si querían marcharse, apartando de ellos toda fuerza y necesidad y no queriendo que se detuvieran por la vergüenza, porque el retenerlos por necesidad sería lo mismo que si se marchasen.

San Pedro respondió en nombre de todo el grupo: ¿A quién iremos? Como diciendo: ¿Nos despides de ti?; pues danos otro a quien vayamos, si te dejamos.

Y para que no apareciese que decía esto porque no habría quien les recibiese, añadió: Tú solo tienes palabras de vida eterna; recordando bien que su Maestro había dicho: Yo lo resucitaré y tendrá la vida eterna.

Los judíos decían: éste es el hijo de José… Mas San Pedro dice: Y nosotros hemos creído y conocido que tú eres el Cristo, el Hijo de Dios; esto es, que Tú eres la misma vida eterna y das en tu Carne y en tu Sangre lo que eres


Dentro de once días hemos de conmemorar la Institución del Santísimo Sacramento. Tengamos en cuenta este hermoso Discurso Eucarístico de Nuestro Señor, y dispongámonos a recibirlo en Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad para la salvación eterna de nuestra alma.


Adoro te devote, latens Deitas,
Quæ sub his figuris vere latitas;
Tibi se cor meum totum subjicit,
Quia te contemplans totum deficit.

Visus, tactus, gustus in te fallitur,
Sed auditu solo, tuto creditur:
Credo quidquid dixit Dei Filius,
Nil hoc verbo veritatis verius.

In cruce latebat sola Deitas;
At hic latet simul et humnitas;
Ambo tamen credens, atque confitens,
Peto quod petivit latro pœnitens.

Plagas, sicut Thomas, non intueor,
Deum tamen meum te confiteor:
Fac me tibi semper magis credere,
In te spem habere, te diligere.

O memoriale mortis Domini,
Panis vivus vitam præstans homini,
Præsta meæ menti de te vivere,
Et te illi semper dulce sapere.

Pie pellicane Jesu Domine,
Me immundum munda tuo sanguine,
Cujus una stilla salvum facere
Totum mundum quit ab omni scelere.

Jesu, quem velatum nunc aspicio,
Oro fiat illud quod tam sitio,
Ut te revelata cernens facie
Visu sim beatus tuæ gloriæ. Amen.