domingo, 8 de abril de 2012

Triduo Santo IV

SÁBADO SANTO

En este Santo día, el Sepulcro de Nuestro Señor Jesucristo concentra la atención de sus fieles discípulos.

El Cuerpo Sacrosanto del Redentor descansa en la sepultura; su Bendita Alma ha ido a visitar a los justos que esperaban en el Limbo el día de la Redención, y ahora aguardan la hora de la Resurrección gloriosa de su Rey, para formar el cortejo del Señor y acompañarlo a la gloria.

Esta actitud de santa espera es también la propia del cristiano fiel en Sábado Santo.

Permanezcamos junto al Cuerpo exánime del Rey de la Vida, que con su martirio venció nuestra muerte, y con su resurrección restaurará nuestra vida.

Mientras los guardianes del sepulcro velan el sagrado tesoro por miedo a que nadie se acerque y lo robe, nosotros consolemos a la Madre Dolorosa, que en su triste soledad recuerda todos los pormenores del martirio de su Hijo, de quien se ve separada.

Y luego rodeemos al Alma Sacratísima del Señor, para acompañarla en su visita al Limbo. Allí seremos testigos del gozo de los Santos Padres y de sus cantos de gratitud. Felicitémosles y adoremos con ellos al Alma glorificada de Cristo, de cuya compañía no nos hemos de separar, para poder salir con ella del sepulcro de nuestros vicios.

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La Santa Liturgia nos proporciona dos símbolos de la Resurrección esperada. El Sábado Santo no tiene Liturgia particular, salvo el canto del Santo Oficio.

La Iglesia llora triste su orfandad. Los oficios comienzan al atardecer, para sorprender la hora de la Resurrección.

La Vigilia Pascual comprende las siguientes partes:

1ª) La Bendición del Fuego Nuevo y del Incienso.

2ª) La bendición del Cirio Pascual.

3ª) La lección solemne de las Profecías.

4ª) La bendición del Agua Bautismal y el canto de las Letanías.

5ª) La Misa de la vigilia y Resurrección de Nuestro Señor.

En las cuatro primeras partes se simboliza la Resurrección: la de Cristo y la nuestra; en la quinta presenciaremos ya tan gozoso espectáculo.

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1ª) La Bendición del Fuego Nuevo y del Incienso

El primer rito a realizarse es la Bendición del Fuego Nuevo, cuya luz debe iluminar la función durante toda la noche.

Conforme a una información dada por el Papa San Zacarías en una carta a San Bonifacio, arzobispo de Maguncia, en el siglo VIII, se encendían tres lámparas con este fuego. Era de estas lámparas que se tomaba la luz para la noche del Sábado Santo.

El significado de este uso simbólico, que sólo se practica este día en la Iglesia Latina, es tan profundo como fácil de entender. Cristo dijo: Yo soy la luz del mundo; la luz material es, pues, la figura del Hijo de Dios.

Por lo tanto, es justo que este misterioso fuego, destinado a dar luz al Cirio Pascual, y más tarde a todas las lámparas, incluso las del Altar, reciba una bendición especial, sea recibido triunfalmente por el pueblo cristiano.

En la iglesia se han extinguido todas las luces; antiguamente, los fieles apagaban incluso el fuego en sus casas, antes de ir a la iglesia; y no se reavivaba en la ciudad sino por la comunicación de este fuego que había recibido la bendición, y que luego era entregado a los fieles como una promesa de la divina Resurrección.

No olvidemos señalar aquí un nuevo símbolo, no menos expresivo que los otros. La extinción de todas las luces en este momento representa la abrogación de la Ley Antigua; y la llegada del Fuego Nuevo representa la publicación de la Nueva Ley que Jesucristo, luz del mundo, acaba de hacer, para disipar todas las sombras de la Primera Alianza.

Además del Fuego Nuevo, la Santa Iglesia bendice también hoy cinco granos de Incienso. Este incienso representa los perfumes que Magdalena y las otras Santas Mujeres dispusieron para embalsamar el Cuerpo del Redentor.

La oración para bendecirlo nos enseña la relación que tiene con la luz; al mismo tiempo que nos instruye sobre el poder de estos elementos sagrados contra las insidias de los espíritus de las tinieblas.

Como el Fuego representa a Cristo, y como la tumba de Cristo, el lugar donde Él debe resucitar, se encuentra fuera de las puertas de Jerusalén, las Santas Mujeres y los Apóstoles tendrán que salir de la ciudad para ir al encuentro de la resurrección.

Se bendice primero el Fuego por las siguientes oraciones:

Oh Dios, que por vuestro Hijo, la piedra angular, habéis iluminado en vuestros fieles el fuego de vuestra caridad, santifica este fuego que hemos sacado de la piedra para que sirva a nuestros propósitos; y concédenos durante estas fiestas pascuales, ser inflamados del deseo de los bienes celestiales, para que podamos, por la pureza de nuestros corazones, llegar a esta fiesta eterna donde podremos disfrutar de una luz que no se apaga jamás.

Señor Dios, Padre Todopoderoso, Luz eterna y Creador de toda la luz, bendice este fuego, al cual ya habéis dado el principio de la bendición, iluminando el mundo. Haz nacer un fuego que nos caliente y nos ilumine con tu claridad; y como has conducido por tu antorcha a Moisés, cuando se encontraba en Egipto, dígnate iluminar nuestros corazones y nuestras mentes, para que merezcamos llegar a la vida y la luz eterna.

Señor Santo, Padre Todopoderoso, Dios Eterno, bendecimos este fuego en tu nombre y en el de tu Hijo, Nuestro Dios y Señor Jesucristo, y en el del Espíritu Santo; dígnate cooperar con nosotros, ayúdanos a rechazar los dardos inflamados del enemigo, ilumínanos con la gracia celestial.

Entonces se bendice el Incienso, con esta oración dirigida a Dios:

Suplicámoste, oh Dios Todopoderoso, descienda sobre este Incienso una efusión abundante de tu bendición y avives Tú, Regenerador invisible, esta luz que debe iluminarnos durante esta noche: para que no sólo el Sacrificio que se te ofrece esta noche refulja participando misteriosamente de tu luz, sino que en todo lugar donde sea llevado algo de lo que bendecimos, sean expulsados los artificios y la malicia del diablo, y que allí resida y triunfe el poder de tu divina Majestad.

Después de estas oraciones, un acólito enciende una vela de las brasas del Fuego Nuevo; es esta vela la que debe introducir la luz nueva en la iglesia.

Al mismo tiempo, el Diácono reviste una dalmática blanca. Este ornamento da alegría de razón a la función de alegría que el Diácono cumplirá.

Entretanto, él toma en sus manos una caña, en cuya parte superior hay tres velas. Esta caña es un recuerdo de la Pasión del Salvador y de la debilidad de la naturaleza humana, que Él ha asumido por la Encarnación.

Ella está coronada por tres velas para representar la Santísima Trinidad.

El cortejo sagrado entra en la iglesia. Tras unos pocos pasos, el Diácono inclina la caña, y el acólito enciende con la luz nueva una de las tres velas.

Elevando en el aire la luz que ha recibido, canta con un tono de voz normal:

Lumen Christi

Todos responden:

Deo gratias

El Diácono se pone de rodillas, y todos imitan su ejemplo.

Esta primera ostentación de la luz proclama la divinidad del Padre que nos ha manifestado Nuestro Señor Jesucristo.

El cortejo avanza. El Diácono inclina una segunda vez la caña y el acólito enciende una segunda vela. El Diácono observa las mismas ceremonias, como la primera vez, y canta en un tono más elevado:

Lumen Christi

Todos responden:

Deo gratias

El Diácono se pone de rodillas, y todos imitan su ejemplo.

Esta segunda exposición de la luz anuncia la divinidad del Hijo, que se manifestó a los hombres por la Encarnación, y les reveló su igualdad de naturaleza con el Padre.

Se levantan todos y el cortejo llega al Altar. El Diácono inclina una tercera vez la caña, y el acólito enciende la tercera vela. A continuación, el Diácono canta una última vez, pero en un tono de voz aún más solemne:

Lumen Christi

Todos responden:

Deo gratias

El Diácono se pone de rodillas, y todos imitan su ejemplo.

Esta tercera manifestación de la luz proclama la divinidad del Espíritu Santo, que nos fue revelado por Jesucristo, cuando Él dio a sus Apóstoles el precepto solemne de enseñar a todas las naciones y bautizarlas en el Nombre del Padre, y del Hijo y del Espíritu Santo.

Por lo tanto, es por el Hijo, que es la luz del mundo, que los hombres han conocido la Trinidad gloriosa, que la vela de tres ramas debe recordar el misterio durante toda esta función sagrada.

Este es el primer empleo del Fuego Nuevo: anunciar el esplendor de la Trinidad divina. Ahora se utilizará para la gloria del Verbo Encarnado, dando complemento a su hermoso símbolo, que ahora debe atraer nuestra atención.

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2ª) La bendición del Cirio Pascual

La preciosa pieza litúrgica con que se bendice el Cirio Pascual (El Exsultet), nos da abundante tema de meditación.

Léela pausadamente, alma cristiana, y aprópiate sus sentimientos.

El Diácono se levanta y se dirige al púlpito. Los clérigos que llevan la caña con las tres velas y los cinco granos de incienso, lo acompañan. Frente al púlpito se levanta una columna coronada por otra de cera: es el Cirio Pascual.

El sol ha dado paso a las sombras de la noche. La iglesia ha preparado, para brillar con esplendor durante la Vigilia, una antorcha de mayor peso y tamaño que todas las que se encienden en otras solemnidades.

Esta antorcha es única; tiene la forma de una columna; y representa a Cristo.

Antes de que sea encendido, figura a Cristo en la tumba, inanimado, inerte. Cuando recibe la llama, él ilumina los pasos del pueblo santo; y así representa a Cristo, radiante con el esplendor de su Resurrección.

La majestuosidad de este símbolo es tan grande, que la Iglesia utiliza todas las fastuosidades de su lenguaje inspirado para excitar el entusiasmo de los fieles.

El Pregón Pascual resuena en medio de los elogios que el Diácono prodiga al Cirio glorioso, que cumple su noble función noble de ser Heraldo de la Resurrección de Jesucristo.

Este canto sagrado nos da un anticipo de las alegrías que nos están reservadas esta noche maravillosa.

Llegado a un punto del Pregón, el Diácono se detiene e hinca los cinco granos de incienso en la masa del Cirio en forma de cruz, representando las cinco Llagas de Cristo.

Hasta ahora, como hemos dicho anteriormente, el Cirio Pascual es el símbolo del hombre-Dios aún no glorificado por su Resurrección.

Más adelante, el Diácono se detiene nuevamente y toma de manos del acólito la caña con las tres velas y enciende el Cirio Pascual. Este rito significa el momento de la Resurrección de Cristo, cuando la virtud divina llegó repentinamente para revivir su Cuerpo.

Desde ahora, la Antorcha Sagrada, imagen de la luz de Cristo, es estrenada; y la Iglesia festeja a su Esposo divino, triunfante de la muerte.

En este momento, son encendidas con el Fuego Nuevo las lámparas que están suspendidas en la iglesia. Esta iluminación se hace algún tiempo después del Cirio Pascual, porque el conocimiento de la Resurrección del Salvador se difundió progresivamente, hasta que finalmente iluminó a todos los fieles.

Esta sucesión nos advierte también que nuestra resurrección será la continuación y la imitación de la de Jesucristo, que nos abre el camino por el cual volveremos a la posesión de la inmortalidad, después haber atravesado como Él el sepulcro.

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3ª) La lección solemne de las Profecías.

4ª) La bendición del Agua Bautismal y el canto de las Letanías.

Las doce profecías representan la última lección que la Iglesia da a los catecúmenos.

En ellas pasa ante nuestros ojos en imágenes comprimidas todo el Antiguo Testamento.

Debemos personificar a los catecúmenos; por eso, recordemos hoy la gracia bautismal, y pensemos que por ella hemos sido hechos partícipes de la gracia de la resurrección; fuimos sacados del sepulcro del pecado, para vivir vida divina.

Agradezcamos al Señor tamaño beneficio, encendiendo en nuestro pecho ardientes ansias de que crezca de día en día la vida divina derramada en el alma.

Para ello apropiémonos el canto de los catecúmenos, exclamando desde lo íntimo del corazón: Como el ciervo suspira por las fuentes de las aguas, así desea mi alma a Ti, Dios mío. Mi alma tiene sed de Dios vivo.

Esos deseos procuraremos acrecentar durante la bendición del Agua Bautismal; y luego en las letanías pidamos a la Corte Celestial la gracia de conservar inmaculado el vestido bautismal, a fin de no perder el derecho a la gloriosa resurrección.

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5ª) La Santa Misa de la Vigilia y la victoria de Cristo Resucitado

Mientras se celebra la Santa Misa, pensemos en la noche del Sábado al Domingo. Intensifiquemos nuestro fervor, ya que la victoria de Cristo está cerca, y la victoria de Cristo es nuestra victoria.

El Aleluya pascual va a ser el grito de victoria de Cristo sobre la muerte, y de nuestra alma sobre el pecado en la larga lucha a que hemos sometido las pasiones durante el tiempo cuaresmal.

Para dar vida a este momento litúrgico, trasladémonos espiritualmente a la noche de la Resurrección.

Los guardianes del sepulcro están cumpliendo confiados su cometido. Mas he aquí que de repente sienten un temblor de tierra.

Un Ángel del Señor, refulgente como un rayo, desciende del Cielo. A su vista caen como muertos los guardias. El Ángel remueve la piedra del sepulcro, y, como el sol en su esplendor, sale del sepulcro el Señor resucitado.

¡Qué gloria la suya!

¡Aleluya, aleluya, aleluya!

Alabad al Señor porque es bueno; porque es eterna su misericordia. Todas las gentes alabad al Señor; alabadlo todos los pueblos. Porque se ha confirmado su misericordia entre nosotros; y la verdad del Señor permanece eternamente.

Con este acento de regocijo, canta la Iglesia, fuera de sí de júbilo, ante el anuncio de la Resurrección.

Hagamos nuestros estos cantos. Rompamos en transportes de júbilo. Felicitemos al Vencedor de la muerte.

Mas luego, pensemos que así como al suplicio de Jesús siguió la gloria de la Resurrección, así también las calamidades de este suelo serán sustituidas un día por una gloria sin fin.

El Aleluya pascual da hoy término a los días luctuosos de la Cuaresma; porque hemos luchado con Cristo en este tiempo cuadragesimal, nos es dado hoy resucitar con Cristo.

Del mismo modo, esta vida es también una larga Cuaresma; no nos cansemos de llevar en ella la mortificación de Cristo, que al final nos levantaremos con gloria de nuestra postración.

Esas son las disposiciones con que hemos de salir hoy del templo. Ese sentido de victoria tiene el aleluya de resurrección.

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Oh Dios, que haces resplandecer esta noche con la gloria de la Resurrección del Señor; conserva en los nuevos hijos de tu familia el espíritu de adopción que les has dado, a fin de que renovados en cuerpo y alma, Te sirvan con pureza.